74 Convención Bancaria | La Banca: Promotora del desarrollo y del bienestar en México | Asociación de Bancos de México

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Versión estenográfica Acapulco, Gro., 7 de abril de 2011.

Entrega de reconocimiento post morten
a Antonio Ortiz Mena

Palabras del Ing. Ignacio Deschamps González

- ING. IGNACIO DESCHAMPS GONZÁLEZ, Presidente de la Asociación de Bancos de México: Si me permiten, quisiera pasar a un momento de especial significado para esta Convención, por la dimensión histórica que tiene para México, la onda huella que le imprimió don Antonio Ortiz Mena, a quien nuestra Asociación ha decidido rendirle homenaje post mortem, con el reconocimiento ABM al mérito.

La vida del licenciado Ortiz Mena estuvo caracterizada por trascendentes servicios a México. Concibió las ideas y encabezó las principales acciones que llevaron a la creación del Instituto Mexicano del Seguro Social, del que fue su cuarto Director General.


Como Secretario de Hacienda y  Crédito Público, por más de un decenio, fue artífice de la etapa histórica más prolongada, en la que la economía mexicana gozó de estabilidad y crecimiento económicos, así como avances institucionales de gran calado.

Como Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, siguió por muchos años vinculado al compromiso del progreso económico y social de los países de América Latina.

El pensamiento y la obra de don Antonio es tan luminosa y vigente, que hasta hoy sigue alumbrando el camino. Baste un solo ejemplo para aquilatar su nivel como intelectual y como político.

La importancia suprema que asignó a la estabilidad de precios, como condición ineludible, para generar crecimiento económico y social.

Ante lo extenso de relacionar aquí la obra y el pensamiento de don Antonio Ortiz Mena, no puedo terminar sin decir que fue uno de los mexicanos más sobresalientes del Siglo XX y con mayor prestigio internacional.

Por decisión de su esposa, doña Martha Salinas de Ortiz Mena, recibirá este reconocimiento su nieto, el Presidente del SAT, licenciado Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, quien vivió su infancia y juventud con don Antonio y debe a ese gran  mexicano parte sustancial de su formación humanista.

Señor Presidente, le agradezco el realce que implica que el Jefe de Estado entregue este reconocimiento.

Muchas gracias.

PALABRAS DEL LIC. ALFREDO GUTIÉRREZ ORTIZ MENA

- LIC. ALFREDO GUTIÉRREZ ORTIZ MENA: Ciudadano Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, licenciado Felipe Calderón Hinojosa; licenciada Margarita Zavala, Presidenta del DIF Nacional; licenciado Ángel Aguirre Rivero, Gobernador del Estado de Guerrero; senador José Isabel Trejo, Presidente de la Comisión de Hacienda del Senado; distinguidos Legisladores, licenciado Manuel Añorve Baños, Presidente Municipal de Acapulco; ingeniero Ignacio Deschamps González, Presidente de la Asociación de Bancos de México; doctor Agustín Carstens, Gobernador del Banco de México; actuario Ernesto Cordero, Secretario de Hacienda y Crédito Público; doctor Guillermo Babatz, Presidente de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores; distinguidos miembros del Presidium, apreciables Presidentes y Directores Generales de Instituciones Bancarias, señoras y señores:

Señor Presidente, su amor a México y valentía inspiran. Es un honor, señor Presidente.

En nombre de la familia, quiero expresar profundo agradecimiento a quienes concibieron y materializaron este reconocimiento y a quienes ahora nos acompañan.

En primer lugar, quiero expresar mi sincero agradecimiento al señor Ignacio Deschamps González, y a todos los integrantes de la Asociación de Bancos de México.

Quiero agradecer en especial a Luis Robles y a Juan Carlos Jiménez, por conducto de quienes se hizo posible este reconocimiento a mi abuelo.

De cierta manera, lo que queda de un hombre después de su muerte, son copias de las actas de nacimiento, matrimonio y defunción y los diplomas emitidos por las escuelas, y en algunos casos, la transcripción en el Registro Público de la Propiedad de la compra de una casa-habitación.

Ante esta pobre constancia de la existencia de una persona, podemos agregar un catálogo de logros que, en el caso de mi abuelo, Antonio Ortiz Mena, son extraordinarios.

Como hombre de familia, un matrimonio de 73 años con Martha Salinas de Ortiz Mena, el cual dio vida a seis hijos, 26 nietos y 39 bisnietos.

Como servidor público y hombre de Estado, podemos destacar, Director del Instituto Mexicano del Seguro Social, Secretario de Hacienda y Crédito Público, Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Director del Banco Nacional de México.

No obstante lo anterior, nuestra semblanza aún resulta parca, descolorida, y sobre todo incompleta. Falta algo, el hombre, el hombre detrás del cargo, el estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México, el hombre de familia, el padre, el abuelo, el hombre de arte y de libros. 

Mi abuelo fue testigo y actor de tres siglos, que a su vez franquean dos milenios. El siglo XIX por la formación que le dan sus padres, ambos productos de esta época, en la cual nace el México independiente.

El Siglo XX, durante el cual se forman sus primeros años en un ambiente que busca romper con los vicios del siglo anterior, imperialismo de explotación y en el que nuestro México busca reivindicar las nobles causas de las grandes mayorías.

El siglo XXI, el cual sólo vio despuntar con sus promesas de progreso material y desarrollo social. Hombre culto, voraz lector, con un gran acervo de ideas, citas e imágenes, mi abuelo era, en lo personal, elegante en las formas, con un gran dominio del español, y sobre todo un extraordinario comunicador.

Pero siempre cuidadoso de mantener una distancia con su interlocutor, generaba una obra de misterio. No obstante que tenía una personalidad enigmática, poseía una habilidad extraordinaria para generar confianza.

La confianza, siempre me decía, es un elemento básico en la vida de cualquier ser humano; se construye a través de los años y se puede perder en unos cuantos minutos.

Como hombre de familia, mi abuelo era dueño de nuestro cariño y confianza, en lo personal no es difícil recordar un sinnúmero de veces que salía a caminar acompañado de alguno de nosotros; al caminar su presencia y conversación generaban la seguridad que nos llevaba a compartir nuestras inquietudes, dudas, planes y emociones.

En estas caminatas mi abuelo nos escuchaba y aconsejaba, por más trivial que fuera el tema, sus consejos siempre mesurados, eran investidos de la sabiduría que da la perspectiva de una basta y profunda vida interior, forjada en el estudio y el trabajo arduo, además de la experiencia.

Quienes lo tratamos como padre y abuelo, conocimos esta faceta de carácter como guía e iniciador. Nuestro abuelo me solía ilustrar la importancia de la confianza con el siguiente relato de su vida pública:

“En 1960, durante los años iniciales del primer sexenio de su gestión como Secretario de Hacienda, y en medio de la crisis internacional provocada por el alineamiento de Cuba  con el bloque soviético en México, y ante las declaraciones de algunos funcionarios mexicanos en el sentido de que México era un país de izquierda, distintas cámaras empresariales publicaron un desplegado en el periódico Excélsior el 24 de noviembre de ese año, bajo un preocupante encabezado: ¿por cuál camino, señor Presidente?”

En el cuerpo del desplegado la clase empresarial de México cuestionaba el rumbo del país y de las políticas públicas que lo sustentaban, terminando con la pregunta: “¿Es que nos encaminamos a través de intervencionismo creciente hacia el socialismo de Estado?” Dado que la crisis que se generó era principalmente de confianza y de expectativas, había que mostrar a los inversionistas y a todos los agentes económicos en general que el Gobierno de la República mantenía sin cambio las líneas fundamentales de su política económica.

Esto llevaría tiempo.

Con destreza económica y sensibilidad política mi abuelo y su equipo de colaboradores, con la aprobación del señor Presidente de la República, diseñaron un plan para recuperar la confianza del empresariado mexicano y de los inversionistas extranjeros.

Sin entrar aquí en detalles, las medidas implementadas tuvieron los efectos esperados y la confianza del sector empresarial y los inversionistas extranjeros se recuperó; y la transición al segundo sexenio de gestión de mi abuelo como Secretario de Hacienda y Crédito Público se hizo en un ambiente de confianza en el país y de crecimiento sostenido. Era al final un hombre digno de confianza, ya sea como profesional, colega, amigo o como hombre de familia; la confianza en su persona no era gratuita, se fundaba en una gran solvencia moral. La solvencia moral no se inventa, ni se finge, tampoco se compra, se forja como parte esencial del carácter de una persona a lo largo de su vida.

Se aprende de los padres, se refuerza en la escuela, se lleva a la práctica en la vida como profesional, como servidor público, como amigo, como colega y como padre de familia.

En aquellas caminatas, que recuerdo con gran nostalgia, él se daba el tiempo necesario para convivir y conocernos, ahí nos transmitía, junto con el descomunal ejemplo de su vida, la importancia de una vida honrada. El legado más rico es la honradez.

Nunca dejó de subrayar en muchas de sus conversaciones conmigo aquel imperativo categórico kantiano, con el que fue consecuente a lo largo de toda su vida y que reza: “Obra de tal modo que tu conducta siempre pueda considerarse como principio de una ley universal”. Fue un hombre honrado y congruente.

Un ejemplo claro de su congruencia ocurrió el 13 de agosto de 1970, cuando varias semanas antes de que se empezaran a realizar las labores para la formación del proyecto de la Ley de Ingresos y Presupuesto de Egresos del primer año del gobierno entrante, y después de 11 años y siete meses a cargo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, renunció. Estimó en tiempo que él no debía tomar parte de tales actos, cuya trascendencia marcaría una época diferente de la historia de México.

Un gran hombre no lo es por su escolaridad, por sus logros profesionales, por los puestos que le fueron encomendados, lo es por su esencia, por la solvencia moral que practica en el curso de su vida; lo que queda de un hombre después de su muerte, no son las copias de las actas de nacimiento, matrimonio o de defunción, lo que queda de un hombre después de su muerte es el ejemplo, la idea, en el caso concreto es la semblanza de un caballero elegante, y sobre todo, patriota.

En lo personal, es un honor haberlo conocido y es un orgullo ser su nieto.

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